Vecinos de Otxarkoaga reciben disparos en sus casas de cazadores incontrolados
Residentes de Arbolantxa aseguran que se caza con niebla y muestran marcas de perdigón en las ventanas
LORENA GIL en El CorreoDigital
Vivir en el campo no es siempre sinónimo de tranquilidad. Justa Leguina, residente en el número 96 de Camino Arbolantxa, que se adentra en la zona de Santa Marina, hace muchos años que evita salir de su caserío a primera hora de la mañana. No es que le cueste desperezarse, sino que tiene «miedo a recibir un perdigonazo». Grupos de cazadores recorren el alto de Otxarkoaga, donde esta práctica está limitada, en busca de alguna presa, pero los que sufren el fuego cruzado son los vecinos. En más de una ocasión se han visto obligados a llamar a la Policía. Ayer, el primer disparo se escuchó minutos antes de las siete de la mañana. El último, sobre las diez.
María Ángeles, hija de Justa, ata a uno de sus perros para que la periodista pueda acceder al caserío. Las vistas de Bilbao son inmejorables. «Sí, pero mira las ventanas», señala Leguina con la mano. Las persianas de la casa están repletas de agujeros, «impactos de disparos», prueba de que los cazadores no respetan la distancia de seguridad marcada por ley. La normativa autonómica aprobada por el Parlamento establece que debe existir una distancia mínima de cien metros entre una zona de caza que no sea un coto y un núcleo habitado. Los perdigones más utilizados en Euskadi tienen un recorrido de entre 60 y 80 metros. «Cuando les dices algo, siempre te contestan que no están tirando hacia la casa. ¿Menos mal!», se indigna Justa, de 73 años.
Los fines de semana, el estruendo de las escopetas se hace mucho más patente. «Las escuchas como si estuviesen al lado de casa. Mi nieta de tres años se quedó un día a pasar la noche y me dijo que no podía dormir porque le daban sustos», describe Leguina, que tiene que «aguantar» cómo los cazadores aparcan sus vehículos a dos metros de su caserío. «Vienen en tres o cuatro coches y traen hasta a sus críos», comenta.
Evitar enfrentamientos
Justa Leguina no es la única que padece el acecho de los ‘escopeteros’. María Encarnación Gómez, que vive en el número 24, se queja de que «no respetan» ni siquiera cuando hay niebla. «Mi padre era cazador y en esas condiciones no estaba permitido disparar», apunta. La mala visibilidad es uno de los peores enemigos de esta práctica. Izaskun Elorriaga escribió la pasada semana una carta al alcalde, Iñaki Azkuna, denunciando los hechos. Elorriaga, que reside en el número 90 de Camino Arbolantxa, censuraba que los cazadores «invaden el barrio rompiendo la tranquilidad de sus vecinos». Por ello, solicitaba mayor control por parte del Ayuntamiento para que «los residentes podamos seguir el curso de los días. Hasta ahora, nos resulta imposible salir a la calle, a la huerta o a dar un paseo por estar convertida la zona en un área de combate a tiro limpio», concluía.
Izaskun y Arantza, que viven una frente a la otra, alertaron el pasado viernes a la Policía Municipal de la presencia de cazadores en la zona. «Se presentaron. Nos dijeron que sólo podrían hacer algo si les cogían ‘in fragantti’ y que no nos enfrentáramos a ellos», puntualiza Arantza, que todavía recuerda cómo hace años un perdigón alcanzó a una vecina en el ojo. «Ellos te aseguran que tienen licencia y seguro, y a nosotros sólo nos queda la impotencia», coinciden.
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